lunes, 8 de diciembre de 2008

LA ENCAMISA (TORREJONCILLO)







¿Qué es hoy La Encamisa? Intentemos resumir. Situémonos en la noche del 7 de diciembre, la "noche" de los torrejoncillanos. Ya desde el anochecer se percibe entre el vecindario la tensión y el ansia de que llegue momento tan deseado. Las gentes se apresuran. Se preparan las escopetas y los cartuchos de salva. Una multitud de jinetes cubiertos con una sábana se dirige a casa del mayordomo a recoger el farol. Las campanas anuncian el tiempo que falta. Los jinetes ensabanados emprenden juntos el camino hacia la Plaza Mayor, ya abarrotada, y, al entrar en ella unos minutos antes del comienzo, un estruendo de pólvora sube al cielo desde los centenares de escopetas, cuyos usuarios, como los jinetes y la multitud, esperan la salida del estandarte.
Las diez de la noche. Es la hora. No se cesa de vitorear a la Virgen. Es el momento en que aparece el estandarte en la puerta de la iglesia y cuando un pueblo entero vibra de emoción lanzando vivas a María y llamándola purísima, inmaculada, patrona, intercesora... Grita el alma, no la boca. El estandarte pasa a duras penas entre cientos de personas que intentan tocarlo. Apenas avanza. La plaza es un estruendo. Disparos y disparos, repetidas veces al unísono y durante largo rato. Se intensifica incluso el clamor y la pólvora cuando el mayordomo consigue recibir el estandarte y presentarlo y ofrecerlo al pueblo. No es momento de palabras. Algunos no lo comprenderán.
Desde ese instante comienza una procesión, que dura aproximadamente dos horas y media, por el recorrido irregular y tortuoso que ofrecen las originales calles de esta localidad.
Va delante el mayordomo portando y ofreciendo el estandarte a las gentes que, ansiosas, esperan a la puerta de sus casas, en balcones o ventanas, para lanzarle sus vivas. Tanto el mayordomo como sus dos acompañantes a la cabeza de la procesión llevan preciosas sábanas con la imagen de la Purísima bordada en sus espaldas. Les siguen dos centenares, más o menos, de jinetes ensabanados levantando el farol. El vecindario acompaña a la procesión, o la espera, o se adelanta a ella para volver a contemplar el paso de la comitiva. Y siempre con el mismo fondo de vivas, disparos, cohetes, canciones y fuegos de artificio, se llega al final, de nuevo en la Plaza Mayor, cuando el estandarte vuelve a la iglesia en medio del mismo clamor y sentimiento y se repiten idénticas escenas que a la salida.
Grandioso espectáculo en el que se está inmerso. Espectáculo repetido y siempre nuevo, cuyos protagonistas es la vida quien se encarga de renovar: procesión nocturna a caballo, jinetes ensabanados portando un farol encendido, sábanas blancas en contraste con la nocturnidad, infinidad de manos que se extienden continuamente hacia un estandarte, recorrido original y pintoresco, niebla, niebla de humo, cánticos con una sola tonada, derroche de entusiasmo... y algunas lágrimas.
Por eso está declarada Fiesta de Interés Turístico Nacional. Turismo que ha favorecido, sin duda, la difusión exterior de la fiesta, y que ha provocado estudios, en su mayoría, positivos y otros no tanto por el motivo de que sus autores no han visto más que por los ojos. Es evidente que se equivocan quienes hoy, en los tiempos que corren, sólo quieren destacar el matiz religioso de La Encamisá. Pero más se equivocan los que, de forma directa o indirecta y solapada, sólo desean mostrar el lado profano que cada fiesta, y ésta por supuesto, acarrea.
Son muchos los factores que mueven a los torrejoncillanos a mantener y representar año tras año La Encamisá. Para ellos no sólo es espectáculo, es también sentimiento. Los torrejoncillanos "viven" La Encamisá: recuerdan diferentes momentos, agradables o duros, de ese año o de su vida, añoran de forma constante la ausencia de seres queridos, llevan consigo como nunca a aquellos que se fueron para siempre..., y se regocijan por sentirse unidos, aunque sólo sea por una sola noche.
Eso es lo que no se ve de La Encamisá, pero ahí está lo que cuesta tanto analizar, o se analiza mal, por ser difícil entender con la razón los caminos del sentimiento. Desde fuera se ve el árbol, pero no puede verse la savia que le da vida, la savia que bebe en las raíces de los antepasados, corre por todo el tronco, y se extiende en las ramas de los hijos.

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